A propósito de “Ciencia, política y cientificismo”
de Oscar Varsavsky
Guido Galafassi
En estas décadas post-dictadura en
donde el valor de cambio se ha masificado a niveles extremadamente
inconcebibles en cualquier etapa previa del capitalismo, donde el
consumo-mercancía alcanza y reemplaza cualquier otra forma de valoración
llevando a al economía de mercado a sus límites más lejanos, construyendo un
hiper-capitalismo que hasta está socavando los principios más fundamentales
del capital en tanto relación social; el mundo del conocimiento científico
no ha escapado lamentablemente a estas influencias. La dupla neoliberalismo-posmodernidad,
que usualmente no se presentan conformando una unidad (aunque no cabe ya
ninguna duda que solo son dos caras de una misma moneda) impregna cada vez
más fuertemente el ámbito del conocimiento. Y en esto están involucrados ya
no solo aquellos intelectuales (especializados hoy en estudiarse a si
mismos) que en los años setenta se enrolaban en las diversas agrupaciones de
izquierda que proclamaban la necesidad de la revolución y que actualmente
son los promotores fundamentales de la apatía y la incertidumbre posmoderna,
camuflados bajo el paraguas de defensores de la democracia representativa
(cuando la propia concepción de democracia representativa está cada día más
fuertemente cuestionada); sino que también buena parte de la ciencia
argentina ha olvidado todo intento de constituirse en una herramienta para
el cambio social, o ni siquiera para el mismísimo ideario de progreso
liberal, el cual abrazó durante toda su historia.
De esta manera, esta dupla
neoliberalismo-posmodernidad ha agudizado profundamente la tendencia
“cientificista” ya magistralmente denunciada por Oscar Varsavsky a fines de
los años sesenta. Frente a la máxima posmoderna del “fin de la historia y la
muerte de las ideologías” y en un marco que concibe a la ciencia como
producto necesariamente articulado a los procesos sociales, económicos,
políticos y culturales de su tiempo, vale rescatar el pensamiento de
Varsavsky pues nos permite reflexionar sobre el modelo científico vigente y
la necesidad o no de un cambio. Para esto, dejaremos que fundamentalmente
Varsavsky habla por si mismo
(1).
Es importante entonces comenzar
por la manera en como la ideología impregna también el quehacer de los
científicos (a pesar de que el discurso positivista, moderno o posmoderno,
sostenga recurrentemente lo contrario). Varsavsky entonces realiza una
esquemática pero muy gráfica clasificación de los científicos argentinos de
aquellos años según su filiación ideológico-científica:
“Dado el carácter francamente ideológico del contenido, es oportuno
puntualizar que en toda discusión de este tipo la máxima simplificación que
puede hacerse es considerar cuatro posiciones básicas:
Fósil, o reaccionaria pura
Totalitaria, stalinista estereotipada
Reformista, defensora del sistema actual pero en su forma más moderna y
perfeccionada, admitiendo las críticas razonables. Desarrollismo.
Rebelde, o revolucionaria, intransigente ante los defectos del sistema y
ansiosa por modificarlo a fondo.
Fósiles versus Totalitarios es la alternativa maniquea con que más se nos
sugestiona. Es irreal porque ninguna de ambas puede ya tener vigencia
práctica en gran escala, aunque la tuvieron en ejemplos históricos muy
publicitados, y se ven todavía algunas malas imitaciones. La oposición real
es entre Reformistas y Rebeldes.
Los Reformistas se atribuyen como mérito combatir a los Fósiles y
Totalitarios, lo cual es muchas veces cierto. Capitalizan ese mérito en
forma de una ‘falacia triangular’, que consiste en presuponer que no son
cuatro sino tres las posiciones posibles –dos extremos y un justo medio- y
por lo tanto quien está contra ellos es Fósil o Totalitario.
Los Rebeldes tienen que luchar contra esa magia del número tres. Les cuesta
poco demostrar que no son Fósiles, pero como enemigos del Reformismo se los
acusa de Totalitarios. Tampoco les es fácil esclarecer su oposición a un
sistema que a través del Reformismo está prometiendo constantemente
enmendarse y descargando sus culpas sobre los Fósiles. Es una situación que
clama a gritos por su Moliére.” (pp. 6-7)
Tanto en aquel momento, como
–mucho más- en la actualidad, estas afirmaciones son duramente resistidas,
pues lo que predomina es la creencia (o la práctica) de que una ciencia
única es posible, la cual está necesariamente basada en los principios de la
“razón universal” (ley natural). Pero es difícil, sino imposible, poder
demostrar fehacientemente (es decir sin el apoyo y el respaldo de las
posiciones de poder que la propia estructura burocrática construye y
consolida) que los científicos están exentos de realizar ciencia en un
contexto de legitimaciones que quede afuera de cualquier influencia política
o ideológica del sistema social al cual pertenece. Así, se arguye que los
cada día más diversos y sofisticados sistemas de evaluación y de asignación
de jerarquías del trabajo científico están incontaminados de cualquier
interferencia política y representan cabalmente métodos absolutamente
objetivos y transparentes. A esto es a lo que Varsavsky llamaba
“cientificismo”:
“Todo este conjunto de características de la investigación científica actual
es lo que podríamos llamar ‘cientificismo’. Resumiendo, cientificista es el
investigador que se ha adaptado a este mercado científico, que renuncia a
preocuparse por el significado social de su actividad, desvinculándola de
los problemas políticos, y se entrega de lleno a su ‘carrera’, aceptando
para ella las normas y valores de los grandes centros internacionales,
concentrados en su esacalafón”. (pp. 39)
El espejo, o mejor dicho, la
subordinación de la ciencia autóctona a los modelos establecidos en los
países centrales es clave para la caracterización del cientificismo,
“Es
natural, pues, que todo aspirante a científico mire con reverencia a esa
Meca del Norte, crea que cualquier dirección que allí se indique es
progresista y única, acuda a sus templos a perfeccionarse, y una vez
recibido su espaldarazo mantenga a su regreso –si regresa- un vínculo más
fuerte con ella que con su medio social. Elige alguno de los temas allí en
boga y cree que eso es libertad de investigación, como algunos creen que
poder elegir entre media docena de diarios es libertad de prensa.
¿Qué puede tener esto de objetable? Es un tipo de dependencia cultural que
la mayoría acepta con orgullo, creyendo incluso que así está por encima de
‘mezquinos nacionalismo’ y que además a la larga eso beneficia al país. Ni
siquiera tiene sentido, se dice, plantear la independencia con respecto a
algo que tiene validez universal, más fácil es que los católicos renieguen
de Roma.” (pp. 15)
Al Varsavsky considerar la
aplicabilidad de la ciencia y los problemas de injusticia, irracionalidad,
pobreza, explotación social, suicidio, explosión demográfica, etc., llega
fácilmente a deducir que,
“…algo debe andar mal en ella…La clásica respuesta es que esos no son
problemas científicos: la ciencia da instrumentos neutros, y son las fuerzas
políticas quienes deben usarlos justicieramente. Si no lo hacen, no es culpa
de la ciencia. Esta respuesta es falsa: la ciencia actual no crea toda clase
de instrumentos, sino sólo aquellos que el sistema le estimula a crear. Para
el bienestar individual de algunos o muchos, heladera y corazones
artificiales, y para asegurar el orden, o sea la permanencia del sistema,
propaganda, la readaptación del individuo alienado o del grupo disconforme.
No se ha ocupado tanto, en cambio, de crear instrumentos para eliminar esos
problemas de fondo del sistema: métodos de educación, de participación, de
distribución, que sean tan eficientes, prácticos y atrayentes como un
automóvil.” (pp. 16)
Y en el campo de la denominada
“ciencia pura o básica”, el consenso reconoce la existencia de una supuesta
independencia y autonomía de esta respecto al sistema de poderes económico y
político, independencia que se manifiesta primordialmente en la llamada
“libertad de investigación”.
“El
progreso científico pues, sólo estaría garantizado por la ‘libertad de
investigación’. El sistema social actual cumpliría este requisito, como lo
prueban los éxitos de su ciencia, y todo está como es debido. Este
argumento, tan típico del ‘libre-empresismo’, convence ya a muy pocos
científicos, aunque eso no se nota en sus actitudes.
Está claro que son cada vez menos los que eligen su tema sin presiones, los
que hacen ‘ciencia por la ciencia misma’… Hoy se exige que todo trabajo
tenga una motivación, es decir, alguna vinculación con otros trabajos o con
aplicaciones prácticas.
Gracias a eso, el sistema actual influye activamente sobre su ciencia y fija
sus prioridades, aunque por supuesto con guante de terciopelo, pues no es
Totalitario (…)
El sistema no fuerza, presiona. Tenemos ya todos los elementos para
comprender como lo hace: la élite del grupo, la necesidad de fondos, la
motivación de los trabajos, el prestigio de la ciencia universal. (…)
Antes, para el que no quería trabajar en empresas o en las fuerzas armadas,
el único Mecenas disponible era la Universidad, pero en los últimos años ha
tomado preponderancia otro factor de poder: la Fundación, pública o privada,
dedicada específicamente a promover y financiar la investigación ‘pura’ o
básica. Entre estas fundaciones incluimos a los Consejos Nacionales de
Investigaciones (…)
Ford, Rockefeller, Carnegie, National Science Foundation, National Institute
for Health, BID, AID y varias otras instituciones más ricas que muchos
países, subsidian directamente a investigadores, o indirectamente a través
de universidades y otros centros de trabajo
(2)
(…)
Ese espíritu empresarial se ha contagiado también a las Universidades, en
parte porque deben pedir ayuda a fundaciones y empresas por insuficiencia de
fondos propios, en parte por querer demostrar también su ‘eficiencia’, y
sobre todo porque están dirigidas por el mismo grupo de personas: la élite
científica.
Es lógico entonces que se hayan impuesto los criterios empresariales para
evaluar esas investigaciones. Las élites y la burocracia asignan importancia
–y fondos- a los temas de investigación según los resultados que de ellos se
esperan.
Los temas y equipos ya sancionados como eficientes –los de la élite, muchos
de los cuales provienen de la época ‘pre-financiera’- reciben alta
prioridad, y se toman como puntos de referencia para juzgar a otros
candidatos, dándose entonces preferencia a ramificaciones de esos temas,
avalados como interesantes por esos equipos, y en general iniciados por
colaboradores que se van independizando parcialmente. De tanto en tanto se
apoya algún tema nuevo, casi siempre cuando está motivado por alguna
aplicación industrial, médica o militar (…) En la Argentina, el CNICT
(Consejo Nacional de Investigaciones) siguió casi siempre esa política: el
dinero va a los equipos que ya son fuertes y por lo tanto dan seguridad de
resultados, y es insignificante lo que se dedica a desarrollar ramas donde
todavía no hay investigadores que hayan demostrado su calidad.
Pronto ocurre un fenómeno muy usual en nuestra sociedad: los equipos que
reciben fondos y gastan mucho dinero van cobrando por ese solo motivo mayor
importancia –con tal de mantener un nivel normal de producción- y eso atrae
más fondos.
Los administradores, por su parte, se sienten inclinados a defender sus
decisiones, y ‘promueven’ la importancia de los temas que apoyaron.
Esta realimentación positiva produce una especie de selección natural de
temas, en la que las nuevas ‘especies’ están tan desfavorecidas con respecto
a los temas ya establecidos como una nueva empresa frente a las
corporaciones gigantes; sólo los que respondan a una nueva necesidad
imperiosa del sistema podrán competir. Y esas necesidades son poco visibles
en el campo de la ciencia básica, pues se refieren al futuro. Para
plantearlas se requiere un criterio general, ideológico o filosófico como el
que motiva esas páginas, y eso es pecado totalitario.” (pp. 21-25)
Esta no independencia del sistema
científico respecto del sistema económico es también claramente visible,
según Varsavsky, en el proceso que determina las pautas de evaluación de los
resultados de la investigación, a través de una imagen en cierto sentido
especular al proceso de contabilidad de costos y beneficios de la sociedad
de consumo,
“La
evaluación de resultados recientes de ciencia básica es, pues, en gran
parte, evaluación de hombres. Debemos comprender cómo se asigna su
importancia a cada científico, desde que comienza su carrera hasta que
ingresa a esa élite que es el tribunal de última instancia…, hasta que el
tiempo da su propia opinión, y en la que incluimos no solo a los sabios de
más fama, sino a todos los asesores de fundaciones, jurados de concursos,
referís y comentaristas de revistas especializadas cuyos nombre generalmente
no son conocidos fuera de su propio campo (…)
El valor de un científico debería medirse por la calidad de su trabajo, la
originalidad de sus ideas y la influencia que ellas tienen sobre sus
colegas, por su capacidad de formar y estimular a otros jóvenes, de crear
escuela, por la intensidad y continuidad de su esfuerzo.
Todo esto es muy difícil de medir, de contabilizar, y hay que hacerlo no
para centenares de casos, sino para millones de jóvenes aspirantes a
ingresar a este grupo y para los centenares de miles que ya han ingresado
pero cuidan celosamente que no se les postergue el reconocimiento de sus
méritos.
El sistema ha resuelto este problema de una manera muy acorde con su
ideología, usando como instrumento principal el paper, artículo publicado en
una revista científica (…)
La lista de papers publicados es el argumento más directo y palpable para
demostrar el éxito de un subsidio o la importancia de un curriculum vital.
Gracias a ellos la investigación científica puede contabilizarse.
Sin exagerar demasiado, podemos decir que lo que el investigador produce
para el mercado científico es el paper (…)
En base a eso se ha creado un mecanismo (criterio universalista, objetivo)
de ingreso y movilidad interna en este grupo social de los científicos,
controlada por una élite cuya autoridad deriva en parte de sus antecedentes
científicos y en parte cada vez mayor de su influencia sobre las fundaciones
y otros proveedores de fondos. En Argentina y otros países hay una ‘carrera
de investigador’, con múltiples categorías en su escalafón. El paper es
esencial para ascender, para justificar los subsidios obtenidos, para
renovar los contratos con las universidades ‘serias’. El contenido del paper
es más difícil de evaluar; sólo hay consenso sobre los muy buenos y muy
malos. Para los normales, las opiniones sobre su importancia relativa están
muy frecuentemente divididas, y eso da más preponderancia a los criterios
‘contables’.
Este mecanismo revela la influencia de las filosofías de tipo neopositivista,
surgidas del éxito de las ciencias físicas y del triunfo del estilo
consumista (…)
El hecho concreto es, pues, que los logros científicos tienden cada vez más
a medirse por criterios cuantificables, lo cual se supone ser sinónimo de
‘objetivo’ y ‘científico’. Un resultado natural es la masificación de la
ciencia: cualquiera que se las haya arreglado para cumplir formalmente con
esos criterios, debe ser admitido en el grupo. Pero es bien sabido que el
cumplimiento de requisitos fijos requiere una habilidad poco relacionada con
la inteligencia y la sabiduría. Estas no molestan, al contrario, pero no son
indispensables, pues se trata sólo de realizar ciertos actos o rituales
específicos que, como veremos, no son muy difíciles (…)
(Así el paper) no es garantía de tener espíritu crítico ni ideas originales,
grandes o pequeñas.
Piénsese en lo trillado y nítido del camino que tiene que seguir un jóven
para llegar a publicar. Apenas graduado se lo envía a hacer tesis o a
perfeccionarse al hemisferio Norte, donde entra en algún equipo de
investigación conocido. Tiene que ser rematadamente malo para no encontrar
alguno que lo acepte. Para los graduados de países subdesarrollados hay
consideraciones especiales, becas, paciencia.
Allí le enseñan ciertas técnicas de trabajo –inclusive a redactar papers-,
lo familiarizan con el instrumental más moderno y le dan un tema concreto
vinculado con el tema general del equipo, de modo que empieza a trabajar con
un marco de referencia claro y concreto. Es difícil para los no
investigadores darse cuenta de la ventaja que esto último significa. Se le
especifica incluso que tipos de resultados se esperan, o que hipótesis debe
probar o refutar (…) Cuando consigue algún resultado, la recomendación de su
jefe basta para que su trabajo sea publicado en una revista conocida, y ya
ha ingresado al club de los científicos.
Nótese que en todos estos pasos la inteligencia que se requiere es más
receptiva que creativa, y receptiva en el tema de que se trata, nada más (…)
Si en el curso de algunos años ha conseguido publicar media docena de papers
sobre la concentración del ión potasio en el axón del calamar gigante
excitado, o sobre la correlación entre el número de diputados socialistas y
el número de leyes obreras aprobadas, o sobre la representación de los
cuantificadores lógicos mediante operadores de saturación abiertos, ya puede
ser profesor en cualquier universidad, y las revistas empiezan a pedirle que
sirva de referee o comentarista. Pronto algún jóven se acerca a pedirle tema
de tesis (o porque es bueno o porque los buenos no tienen más lugar) y a
partir de entonces empieza a adquirir gran importancia su talento para las
relaciones públicas. Pero aunque hubiera no uno, sino cien de estos
científicos por cada mil habitantes, los problemas del desarrollo y el
cambio no estarían más cerca de su solución. Ni tampoco los grandes
problemas de la ‘ciencia universal’.
Los más capaces, los más creativos, sufren también la influencia de este
mecanismo, y sometidos a la competencia de la mayoría se ven presionados a
dedicar sus esfuerzos a cumplir esos requisitos formales, para los cuales,
justamente, muchas veces no tienen habilidad. Y aunque el sistema deja
todavía muchos resquicios y oportunidades para los más inteligentes, podemos
decir por lo menos que no estimula la creatividad y las grandes ideas, sino
el trabajo metódico (útil pero no suficiente para el progreso de la ciencia)
y la adaptación a normas establecidas.
No es de extrañar que la masa cada vez mayor de científicos esté absorbida
por la preocupación de esa competencia de tipo empresarial que al menor
desfallecimiento puede hacerle perder subsidios, contratos y prestigio, y se
deje dominar por la necesidad de vender sus productos en un mercado cuyas
normas es peligroso cuestionar.” (pp. 26-32)
De esta forma, el cientificismo
contemporáneo solo conduce a crear un “mercado científico” que produce y
consume de manera contable y cuantificable en base a un sistema propio de
autolegitimación basado en las asignación de recursos, jerarquías y temas de
investigación (es decir, permisos de trabajo), pero que solo es funcional y
copia fiel del sistema social consumista. Y esto conduce, según Varsavsky, a
una pérdida gradual de creatividad que limita fuertemente la aparición de
grandes ideas renovadoras del conocimiento,
“Y
no es de extrañar tampoco que estos últimos 35 años –una generación- no
hayan visto la aparición de ninguna idea del calibre de las que nos dieron
Darwin, Einstein, Pasteur, Marx, Weber, Mendel, Pavlov, Lebesgue, Gödel,
Freud o la pleyade de la mecánica cuántica. La ciencia de la sociedad de
consumo ha producido innumerables aplicaciones de gran importancia, desde
computadoras hasta órganos artificiales, pero ninguna de esas ideas
emocionantes, a que nos referíamos más arriba.
Esta es una afirmación que necesita muchas más pruebas que las que puedo dar
aquí, pero me parece indispensable hacerla, porque en la medida en que sea
cierta, la ciencia actual está usufructuando indebidamente el prestigio de
obra humana universal que conquistó merecidamente la ciencia del siglo XIX y
primer tercio del XX, y eso deforma la visibilidad política de los
científicos.” (pp. 32-33)
En síntesis, releer hoy a
Varsavsky, luego de más de treinta años no implica aceptar ciegamente todos
sus postulados y afirmaciones (porque también mientras algunas cuestiones
siguen aproximadamente iguales otras se han modificado), pero si posibilita
abrir una fisura crítica a partir de la cual es posible repensar el actual
modelo de conocimiento científico, aislado mayoritariamente de su propia
realidad social y autolegitimado predominantemente en base a tecnicismos
elitistas.
Notas
1)
Varsavsky, Oscar: Ciencia, política y cientificismo. Buenos Aires,
CEAL, 1969.
2) No podemos olvidar la fuerte dependencia de la investigación actual en la
Argentina con los subsidios, créditos y planes del Banco Mundial (Programa
de Incentivos, por ejemplo), los que, como todo su accionar tiene una obvia
contrapartida en compromisos de aplicación de políticas específicas
sometidas a observación y control permanente.
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